/ viernes 7 de mayo de 2021

10 de Mayo

Nuestras madres serán por siempre la representación del amor puro, sublime e incondicional que Dios y el mismo universo nos puede ofrecer, pues desde que habitamos en su vientre iniciamos una relación de amor perpetuo. En esos momentos nuestro corazón y el de ellas laten al mismo tiempo y cuando por primera vez vemos la luz del mundo, sus lágrimas rodaran por sus mejillas por la llegada del ser que será por siempre su razón de existir. En ese momento el esposo irremediablemente caerá en un segundo plano.

A una madre no le importa el infortunio o la fatalidad cuando se trata de sacar adelante sus hijos, pues no le hace falta fuerza ni valentía para defender a sus hijos. Es capaz de todo por verlos felices y protegidos. Madre es aquella que se abstiene de poner pan en su boca por dárselo a sus hijos y de apoyarlos aun cuando todo el mundo les haya dado la espalda.

Así son ellas, su amor no conoce de límites ni de dificultades cuando se trata de los suyos. El mundo seguirá hacia adelante, los hijos crecerán y partirán de casa, pero mamá siempre los llevará en su corazón, y aun cuando se marche para siempre de este mundo, nuestros espíritus percibirán sin lugar a dudas que cuidan de nosotros desde otros planos espirituales, observándonos con cariño y con la ansiedad inevitable de tratar de cuidarnos de todos los peligros y adversidades.

Para estos ángeles que llamamos mamá siempre seremos sus pequeñines, no importa qué edad tengamos, pues nuestra sonrisa siempre será como la de un niño, y nunca habrá una acción mala de nuestra parte, simplemente será una travesura más.

En este momento, no puedo olvidarme de aquellas mujeres que a pesar que no trajeron al mundo a un hijo se comportaron como verdaderas mamás y siempre se brindaron al máximo para darles lo mejor de sí, en especial ese amor capaz de transformar cualquier espíritu.

Tampoco debemos olvidar a aquellas mujeres que se convirtieron en madres de sus nietos y que los educaron y quisieron más que a sus propios hijos. Todas las madres son mujeres únicas e incomparables, todas ellas llevan en su alma parte de nuestra vida, y merecen ser llamadas ángeles del cielo.

Nuestra madre tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Es una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.

Es una mujer, que, si no tuvo tal vez una educación formal, descubre con más acierto y juicio que cualquier sabio los secretos de la vida, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños.

Es una mujer, que siendo pobre se satisface con los que ama, y siendo rica, daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Es una mujer que, siendo vigorosa, se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste con la bravura de una feroz leona.

Es un ser que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los sufrimientos se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que poseemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.

Como dijera una vez un poeta, de esa mujer no me pidan el nombre, si no quieren que empape en lágrimas el pañuelo... esa mujer yo la vi por el camino… ¡Es mi madre!

Nuestras madres serán por siempre la representación del amor puro, sublime e incondicional que Dios y el mismo universo nos puede ofrecer, pues desde que habitamos en su vientre iniciamos una relación de amor perpetuo. En esos momentos nuestro corazón y el de ellas laten al mismo tiempo y cuando por primera vez vemos la luz del mundo, sus lágrimas rodaran por sus mejillas por la llegada del ser que será por siempre su razón de existir. En ese momento el esposo irremediablemente caerá en un segundo plano.

A una madre no le importa el infortunio o la fatalidad cuando se trata de sacar adelante sus hijos, pues no le hace falta fuerza ni valentía para defender a sus hijos. Es capaz de todo por verlos felices y protegidos. Madre es aquella que se abstiene de poner pan en su boca por dárselo a sus hijos y de apoyarlos aun cuando todo el mundo les haya dado la espalda.

Así son ellas, su amor no conoce de límites ni de dificultades cuando se trata de los suyos. El mundo seguirá hacia adelante, los hijos crecerán y partirán de casa, pero mamá siempre los llevará en su corazón, y aun cuando se marche para siempre de este mundo, nuestros espíritus percibirán sin lugar a dudas que cuidan de nosotros desde otros planos espirituales, observándonos con cariño y con la ansiedad inevitable de tratar de cuidarnos de todos los peligros y adversidades.

Para estos ángeles que llamamos mamá siempre seremos sus pequeñines, no importa qué edad tengamos, pues nuestra sonrisa siempre será como la de un niño, y nunca habrá una acción mala de nuestra parte, simplemente será una travesura más.

En este momento, no puedo olvidarme de aquellas mujeres que a pesar que no trajeron al mundo a un hijo se comportaron como verdaderas mamás y siempre se brindaron al máximo para darles lo mejor de sí, en especial ese amor capaz de transformar cualquier espíritu.

Tampoco debemos olvidar a aquellas mujeres que se convirtieron en madres de sus nietos y que los educaron y quisieron más que a sus propios hijos. Todas las madres son mujeres únicas e incomparables, todas ellas llevan en su alma parte de nuestra vida, y merecen ser llamadas ángeles del cielo.

Nuestra madre tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Es una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.

Es una mujer, que, si no tuvo tal vez una educación formal, descubre con más acierto y juicio que cualquier sabio los secretos de la vida, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños.

Es una mujer, que siendo pobre se satisface con los que ama, y siendo rica, daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Es una mujer que, siendo vigorosa, se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste con la bravura de una feroz leona.

Es un ser que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los sufrimientos se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que poseemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.

Como dijera una vez un poeta, de esa mujer no me pidan el nombre, si no quieren que empape en lágrimas el pañuelo... esa mujer yo la vi por el camino… ¡Es mi madre!