/ viernes 15 de noviembre de 2019

Saldos del Muro

Berlín es una ciudad emblemática, siempre recordada como el lugar en donde se hizo realidad el derecho que legitimaba la barbarie, que justificaba la sinrazón y que legalizaba la discriminación y la muerte. En efecto, me refiero al otrora Tercer Reich, lugar en que a mediados del siglo pasado empoderó el partido político nazi (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán).

Berlín, el lugar cuyos gobernantes tomaron decisiones que motivaron la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a la estigmatización al diferente, primero, y a su trato cruel, después, para culminar con el holocausto y a las invasiones a otras latitudes.

Berlín, el símbolo de dos visiones del mundo durante la Guerra Fría: el socialismo y el capitalismo; éste practicado por el occidente, aquel, por el oriente; este teniendo como guías a los países aliados dirigidos por los Estados Unidos de América, aquel, a los del eje dirigido por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Repartido por la élite mundial sin considerar a la población, y dividido por un muro físico, sensorial, material, que separaba las aparentes diferencias entre berlineses, las ideologías.

El Muro de Berlín fue el símbolo de la división de los extremos ideológicos del Estado moderno: la igualdad y la libertad, siempre en tensión y pugna, pero no excluyentes entre sí. A treinta años vista, parece que tanto ayer como ahora sigue ausente la fraternidad entre pueblos. (Libertad, Igualdad y Fraternidad, el muy pregonado apotegma convertido en esencia de la Revolución Francesa de 1789 y, a la postre del Estado democrático).

El Muro de Berlín fue destruido hace tres décadas (el 9 de noviembre de 1989) y la unificación de las dos Alemanias no ha sido tersa, pues diferendos económicos, políticos, sociales y culturales se hicieron evidentes, toda vez que nadie había enseñado a los excomunistas la libertad, el más preciado de los dones, como tampoco habían enseñado a los capitalistas que la solidaridad no puede comprarse con dinero. No todos estaban preparados para el capitalismo extremos, salvaje, consumista por antonomasia.

El resultado de la unificación quizás no sea tan halagüeño, pues no podemos obviar el abuso, la trata, la sangre, el narcotráfico, la violencia y la desigualdad, pues las condiciones de vida para muchos, no son mejores respecto a cuando se encontraba el muro de pie. La unificación trajo consigo muchos más pobres y muy pocos ricos, es decir, el oriente adoptó, consciente o inconscientemente, el paradigma impuesto por el occidente, bajo la ilusión libertaria.

A tres décadas de la caída de un símbolo de opresión y de barbarie, se abre una oportunidad de repensar la manera de unificar a los pueblos mediante un paradigma de Estado y de mercado que traigan aparejada mayor igualdad de oportunidades y plena libertad para tomarlas y decidir. No hay pugna entre socialismos y capitalismos, solamente se requiere tener a la fraternidad entre los individuos y entre las naciones, como criterio orientador.

A treinta años del evento narrado, no es diáfana la certeza de progreso para todos los habitantes de los países excomunistas.

germanrodriguez32@hotmail.com

Berlín es una ciudad emblemática, siempre recordada como el lugar en donde se hizo realidad el derecho que legitimaba la barbarie, que justificaba la sinrazón y que legalizaba la discriminación y la muerte. En efecto, me refiero al otrora Tercer Reich, lugar en que a mediados del siglo pasado empoderó el partido político nazi (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán).

Berlín, el lugar cuyos gobernantes tomaron decisiones que motivaron la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a la estigmatización al diferente, primero, y a su trato cruel, después, para culminar con el holocausto y a las invasiones a otras latitudes.

Berlín, el símbolo de dos visiones del mundo durante la Guerra Fría: el socialismo y el capitalismo; éste practicado por el occidente, aquel, por el oriente; este teniendo como guías a los países aliados dirigidos por los Estados Unidos de América, aquel, a los del eje dirigido por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Repartido por la élite mundial sin considerar a la población, y dividido por un muro físico, sensorial, material, que separaba las aparentes diferencias entre berlineses, las ideologías.

El Muro de Berlín fue el símbolo de la división de los extremos ideológicos del Estado moderno: la igualdad y la libertad, siempre en tensión y pugna, pero no excluyentes entre sí. A treinta años vista, parece que tanto ayer como ahora sigue ausente la fraternidad entre pueblos. (Libertad, Igualdad y Fraternidad, el muy pregonado apotegma convertido en esencia de la Revolución Francesa de 1789 y, a la postre del Estado democrático).

El Muro de Berlín fue destruido hace tres décadas (el 9 de noviembre de 1989) y la unificación de las dos Alemanias no ha sido tersa, pues diferendos económicos, políticos, sociales y culturales se hicieron evidentes, toda vez que nadie había enseñado a los excomunistas la libertad, el más preciado de los dones, como tampoco habían enseñado a los capitalistas que la solidaridad no puede comprarse con dinero. No todos estaban preparados para el capitalismo extremos, salvaje, consumista por antonomasia.

El resultado de la unificación quizás no sea tan halagüeño, pues no podemos obviar el abuso, la trata, la sangre, el narcotráfico, la violencia y la desigualdad, pues las condiciones de vida para muchos, no son mejores respecto a cuando se encontraba el muro de pie. La unificación trajo consigo muchos más pobres y muy pocos ricos, es decir, el oriente adoptó, consciente o inconscientemente, el paradigma impuesto por el occidente, bajo la ilusión libertaria.

A tres décadas de la caída de un símbolo de opresión y de barbarie, se abre una oportunidad de repensar la manera de unificar a los pueblos mediante un paradigma de Estado y de mercado que traigan aparejada mayor igualdad de oportunidades y plena libertad para tomarlas y decidir. No hay pugna entre socialismos y capitalismos, solamente se requiere tener a la fraternidad entre los individuos y entre las naciones, como criterio orientador.

A treinta años del evento narrado, no es diáfana la certeza de progreso para todos los habitantes de los países excomunistas.

germanrodriguez32@hotmail.com