/ sábado 2 de marzo de 2024

Oliver

Cuánto recuerdo las veces que tomábamos acuerdos, muchas veces me refutabas, pero acababas aceptando aunque no siempre de muy buena gana, pero los acuerdos son así, son diálogos para que todo marche, son pláticas con la mirada, son movimientos de los nervios de las manos y que el cuerpo las eleva para llegar a un fin.

Pero Carlos, siempre afrontamos los acuerdos o desacuerdos de las juntas que como mesa directiva acatamos, acordamos y llevamos a cabo, hicimos tantas cosas al frente en esos veinte años, que ahora que me entero que enfermaste y tu cuerpo no resistió los embates, que tu mente lúcida se conformó con el suceso, que los ángeles te acompañaron, que las nubes se abrieron para dejarte entrar, que el sol bajó un poco como asentando tu acceso, que los pájaros volaban repartiendo la esquela, y los vientos ayudaron para tu elevación, ¡que espectáculo ha de haber sido! Aunque los que te hablaban junto a tu cuerpo lloraron y temblaron quizás, llenaron pañuelos de humedad, algunas gotas cayeron al piso como marcando el lugar por donde tu alma debía de caminar para consolarlos, santos y santidades fueron invocadas como para asentar un acuerdo de paz, es una forma de tranquilizar las caras, de que los abrazos entren de corazón a corazón, es por eso que se usa el negro en las ropas con algunas mantillas en la cabeza como recordando a la cofradía del Santo Entierro, han de haber caminado lento a tu alrededor como si se hubiese aparecido la Procesión del Silencio a la que pertenecía la Virgen de la Soledad, ella siempre presente en tu cofradía, esa cofradía de los toreros que encabezó hace tiempo en los inicios tu hermano el que hacia el paseíllo en las plazas de toros. Hoy esa cofradía está acéfala, sin tu guía, sin tu andar pausado anunciando que detrás de ustedes aparece la madre del crucificado, recuerdo que en los primeros años vinieron los Silveti, el curro, esos toreros que iniciaron la cofradía, esa parte en la que seguirá saliendo tu espacio, tu cara oculta, tu cuerpo que ya resentía el cansancio del recorrido, esos pasos que ya resentían el andar con poco descanso, pues sí Oliver, siento mucho lo que te ha pasado pero como me dijo Carmelita “estás en buenas manos” y eso debe conformarme porque no pude acompañarte, no fui a rezar por tu alma, no me presenté con los claveles rojos del basamento de la Virgen, ni fui a ver a la imagen para implorarle que eras nuestro encargo, que recordara que como tesorero guardaste poco a poco el dinero para pagarle al orfebre de San Miguel de Allende la manufactura de su aureola, que con la plata que nos donó ese magnífico celayense, él, Don Luis hermano de los Pesquera para que cumpliéramos con la encomienda de que ella saliese siempre con esa dorada circunferencia tras su mantilla de bella dama, si mi buen Carlos, no pude ir a informarle el buen hombre que eras y que mucho le encargaba para que te reconociera cuando al atravesar ese túnel luminoso te llevase de la mano, porque mereces eso y mereces más, ya que cuando uno cuenta con un amigo fiel, nos faltan voces para presentarlos, no pude estar presente pero recuerda que siempre te veré como se miran los familiares, siempre te recordaré y te guardaré como se guardan los poemas para releerlos, cuando se tiene un amigo como fuiste con la confianza en las palmas de las manos siempre se camina con mi brazo en tu hombro como varias veces tu desesperación me hacía calmarte porque las flores no llegaban. Hoy tus compañeros de Caballeros de Colón de nuestra ciudad te recordamos y oraremos por tan buen hermano.

Cuánto recuerdo las veces que tomábamos acuerdos, muchas veces me refutabas, pero acababas aceptando aunque no siempre de muy buena gana, pero los acuerdos son así, son diálogos para que todo marche, son pláticas con la mirada, son movimientos de los nervios de las manos y que el cuerpo las eleva para llegar a un fin.

Pero Carlos, siempre afrontamos los acuerdos o desacuerdos de las juntas que como mesa directiva acatamos, acordamos y llevamos a cabo, hicimos tantas cosas al frente en esos veinte años, que ahora que me entero que enfermaste y tu cuerpo no resistió los embates, que tu mente lúcida se conformó con el suceso, que los ángeles te acompañaron, que las nubes se abrieron para dejarte entrar, que el sol bajó un poco como asentando tu acceso, que los pájaros volaban repartiendo la esquela, y los vientos ayudaron para tu elevación, ¡que espectáculo ha de haber sido! Aunque los que te hablaban junto a tu cuerpo lloraron y temblaron quizás, llenaron pañuelos de humedad, algunas gotas cayeron al piso como marcando el lugar por donde tu alma debía de caminar para consolarlos, santos y santidades fueron invocadas como para asentar un acuerdo de paz, es una forma de tranquilizar las caras, de que los abrazos entren de corazón a corazón, es por eso que se usa el negro en las ropas con algunas mantillas en la cabeza como recordando a la cofradía del Santo Entierro, han de haber caminado lento a tu alrededor como si se hubiese aparecido la Procesión del Silencio a la que pertenecía la Virgen de la Soledad, ella siempre presente en tu cofradía, esa cofradía de los toreros que encabezó hace tiempo en los inicios tu hermano el que hacia el paseíllo en las plazas de toros. Hoy esa cofradía está acéfala, sin tu guía, sin tu andar pausado anunciando que detrás de ustedes aparece la madre del crucificado, recuerdo que en los primeros años vinieron los Silveti, el curro, esos toreros que iniciaron la cofradía, esa parte en la que seguirá saliendo tu espacio, tu cara oculta, tu cuerpo que ya resentía el cansancio del recorrido, esos pasos que ya resentían el andar con poco descanso, pues sí Oliver, siento mucho lo que te ha pasado pero como me dijo Carmelita “estás en buenas manos” y eso debe conformarme porque no pude acompañarte, no fui a rezar por tu alma, no me presenté con los claveles rojos del basamento de la Virgen, ni fui a ver a la imagen para implorarle que eras nuestro encargo, que recordara que como tesorero guardaste poco a poco el dinero para pagarle al orfebre de San Miguel de Allende la manufactura de su aureola, que con la plata que nos donó ese magnífico celayense, él, Don Luis hermano de los Pesquera para que cumpliéramos con la encomienda de que ella saliese siempre con esa dorada circunferencia tras su mantilla de bella dama, si mi buen Carlos, no pude ir a informarle el buen hombre que eras y que mucho le encargaba para que te reconociera cuando al atravesar ese túnel luminoso te llevase de la mano, porque mereces eso y mereces más, ya que cuando uno cuenta con un amigo fiel, nos faltan voces para presentarlos, no pude estar presente pero recuerda que siempre te veré como se miran los familiares, siempre te recordaré y te guardaré como se guardan los poemas para releerlos, cuando se tiene un amigo como fuiste con la confianza en las palmas de las manos siempre se camina con mi brazo en tu hombro como varias veces tu desesperación me hacía calmarte porque las flores no llegaban. Hoy tus compañeros de Caballeros de Colón de nuestra ciudad te recordamos y oraremos por tan buen hermano.